Tiempos de paz

Porque así se prepara nuestras lecciones esta vida, tuve una oportunidad maravillosa para tomar el camión todos los días esta semana – una tarea que los tiempos que se viven en este país me pedían a gritos…

El primer día, me fascinó el gesto de un ejecutivo, muy, muy inglés con quien coincidí en la parada del camión que, porque probablemente vio qué tan inmersa estaba yo en la lectura de mi libro, se preocupó de que perdiera mi camión y se atrevió a interrumpir mi lectura para decirme: «Is that the bus you are waiting for [léase /fↄ:’/ ]?» Y me sonrió.

El segundo, me enteré de que el libro The Girl on the Train es famoso, pero sobre todo muy emocionante y supe también que la señora que lo venía leyendo no se marea leyendo libros en el camión, pero que en su opinión -contraria a la mía- eso no es un talento, sino «cuestión de práctica». Me dio muchísima vergüenza no haber oído hablar nunca de la autora a quien ella obviamente admira, pero nuestro encuentro me dio la oportunidad de saber que existe y que ha escrito este libro.

El tercer día fue el chofer del camión quien se llevó mi corazón porque a pesar de que la parada donde yo debo tomarlo no está bien señalada y eso significa que no puede detenerse por mucho tiempo, esperó a que corriera -como si mi vida dependiera de ello- unos buenos 60 metros. «I hope you didn’t forget your pass after all that, love [léase /luv’/], I haven’t seen anyone running that fast with such a large bag in their back before!» y soltó una carcajada que me contagió.

Y hoy, fue una enfermera que ya iba sentada cuando yo subí y me sonrió cuando me senté a su lado y luego me dijo: «That’s a really nice skirt» y le expliqué que mi falda era mexicana y que a mí me gustaba porque me la había regalado una amiga muy querida, pero que también me gustaba porque era de las pocas faldas largas que podía usar una mujer con las piernas tan cortas como las mías. «I’m not the right race to go shopping in this country, I can never find clothes that fit», le dije yo, «of course you are the right race», me aclaró, «we are just terrible tailors, and we can’t make skirts as beautiful as that».

Y estos pequeños encuentros cotidianos, junto con los paisajes y atardeceres que se observan desde el segundo piso de mi camión, me recordaron por qué amo este país, pero sobre todo, que -a pesar de todo lo que vemos, oímos y de pronto sentimos nosotros, «los otros culturales»- este país también me ama a mí. «Por eso [mi Inglaterra], al menos por hoy, no me voy de ti.»

Estamos en paz.

 

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